domingo, 16 de septiembre de 2007

Un dolor que le era familiar

Es un trozo del proólogo del libro "El clán del granizo negro" de la trilogía de la espada oscura. Se lo dedico a mi queridísimo amigo Fenix que tan buenos ratos nos hizo pasar con su trozo de la novela de Endimión.
Espero que lo disfrutéis^^:

Le aplicaron sanguijuelas en círculos de seis. Tenía el cuerpo cubierto por una costra de sudor, polvo de roca y suciedad, y el primer hombre le limpió la piel con sebo de ciervo y una cuña de madera de cedro, en tanto el segundo trabajaba a su sombra con pinzas de metal, un cubo de pino tea y gruesos guantes de piel de ante.

El hombre que ya no sabía su nombre forcejeó con las ataduras, poniéndolas a prueba, pero las gruesas vueltas de cuerda se le clavaron en el cuello, los antebrazos, las muñecas, los muslos y los tobillos. Podía estremecerse, respirar y parpadear. Nada más.

Apenas notaba las sanguijuelas. Una se instaló en los pliegues situados entre el muslo interior y la ingle, y el prisionero se quedó rígido un instante. Tenaza sacó una pizca de polvo blanco de una bolsa pequeña que colgaba de su cuello y la esparció sobre la sanguijuela. Era sal, y el animal se soltó; a continuación, le colocaron una nueva sanguijuela, pero en una zona más alta esta vez, para que no pudiera sujetarse a carne que no fuera la apropiada.

Hecho esto, Tenaza se sacó los guantes y pronunció una palabra dirigida a Cómplice, en el otro extremo de la celda. Al cabo de un instante, éste regresó con una bandeja y una lámpara de esteatita. Una única llama roja ardía en el interior de la lámpara, calentando el contenido del crisol situado encima. Al ver la llama, el hombre sin nombre se encogió con tanta violencia que la cuerda que sujetaba sus muñecas le desgarró la carne. Llamas era todo lo que veía entonces. Recuerdos de llamas. Odiaba las llamas y las temía; sin embargo, las necesitaba, también. La familiaridad engendraba desprecio, decían; pero el hombre sin nombre sabía que aquello sólo era una parte de la verdad: la familiaridad también engendraba dependencia.

Con el pensamiento absorto en el baile de llamas, no vio cómo Tenaza amasaba una bolita de estopa en su puño, consciente tan sólo de las manos de Cómplice: primero, sobre su mandíbula; después, colocando su cabeza de nuevo en posición; luego, apartando sus cabellos a un lado y, finalmente, presionando con fuerza su cráneo contra el banco. El hombre sin nombre sintió cómo le introducían la bola de cuerda deshilachada y cera de abeja en el oído izquierdo; era como si calafatearan un barco, como si apuntalaran un casco que ha padecido los embates de una tormenta. Introdujeron otra bola en su oído derecho y luego Cómplice mantuvo sus mandíbulas abiertas de par en par mientras Tenaza le introducía una tercera bola en la parte superior de la garganta. El deseo de vomitar fue repentino e irresistible, pero Tenaza colocó una mano enorme sobre el pecho del hombre sin nombre y otra sobre su vientre, y apretó con fuerza los músculos que se contraían, obligándolos a permanecer planos. Al cabo de un minuto, el impulso había cesado.

Con todo, Cómplice siguió sujetándole la mandíbula mientras su compañero prestaba atención a la bandeja; las manos proyectaban sombras de garras sobre la pared de la celda en tanto trabajaba. Transcurridos unos segundos, el hombre se dio la vuelta con un filamento de tendón animal tensado entre los pulgares. Al verlo, Cómplice movió la mano para abrir aún más las mandíbulas del hombre sin nombre, echando hacia atrás tejido labial junto con hueso, y el cautivo sintió unos gruesos dedos en su boca. Notó sabor a orina, sal y agua de sanguijuelas. Presionaron su lengua contra la base de la boca, y a continuación le pasaron el tendón en zigzag por los dientes inferiores, sujetando la lengua para que no se moviera.

El miedo cobró vida en el pecho del hombre sin nombre, pues tal vez las llamas no eran lo único que podía hacerle daño.
- Ya está listo – Anunció Tenaza, retrocediendo.
- ¿Y que hay de la cera? – Musitó una tercera voz desde las sombras de la puerta; se trataba de El que Daba las Órdenes -. Se supone que debéis sellarle los ojos.
- La cera está demasiado caliente. Podría cegarlo si la usamos ahora.
- Usadla.

La llama de esteatita vaciló cuando Cómplice se llevó el crisol, y el hombre sin nombre olió el humo que despedían las impurezas de la cera. Se sobresaltó al sentir la quemadura. Después de todo lo que había padecido, de todo el sufrimiento que había soportado, imaginaba que podría sobrevivir al dolor; pero se equivocaba. Y a medida que transcurrían las horas y Tenaza le iba rompiendo los huesos de un modo metódico con una maza acolchada con plumón de ganso ----Cómplice se aseguraba luego de que los extremos astillados quedaban separados-----, y a continuación manipulaba sus órganos internos con agujas tan largas y finas que podían perforar zonas específicas de los pulmones y el corazón al mismo tiempo que dejaban intacto el tejido circundante, empezó a darse cuenta de que el dolor ---y la capacidad de sentirlo--- era el último sentido que desaparecía.

Cuando El que Daba las Órdenes se aproximó y empezó a murmurar palabras vinculantes más antiguas que la ciudad en la que se encontraban entonces, al hombre sin nombre ya no le importaba nada. Su mente había regresado a las llamas. Allí, al menos, existía un dolor que conocía.

2 comentarios:

Goblinoide dijo...

Argh, no he podido ni acabar de leerla, me están dando los siete males juntos ^^U
Esto es venganza y el resto son tonterías... (PD/ nunca seas mi enemiga, por favor xDDD)

PD2/esto ya es un abuso, la verificación de palabra para comentar me pide SIETE letras ¬¬*

Fenix Mueneren dijo...

No me tientes, que puedo buscar historias peores y mas tetricas... whahahaha xD